miércoles, 26 de enero de 2011
y el muerto, seguirá muriendo?
Cuando hablamos del Perú Profundo nos estamos refiriendo no tanto a nuestras raíces históricas más que a nuestros compatriotas que habitan las inhóspitas altas serranías de nuestra nación.
Allí encontraremos a lo más puro de las etnias quechua y aymara, tan puras que muchas veces no saben siquiera que sus tierras forman parte de este país, y no conocen otra forma de comunicarse que sus propios idiomas, los cuales despreciativamente nuestra real academia los reconoce tan sólo como dialectos.
Estos indígenas viven en las más altas punas no por su propio gusto y placer, no. Transportándonos en el túnel del tiempo vemos que llegaron hasta allí recién en el siglo XVI cuando unos barbados a caballo invadieron sus valles y esclavizaron a sus hermanos y hermanas. Muchos buscaron refugio en las alturas, adonde no le interesaba llegar a aquel blanco y sucio tropel alienígena, pensando seguramente algún día reagrupar sus fuerzas para retornar victoriosos.
Pero el tiempo les jugó una mala pasada pues quisieron ver en las huestes asesinas de Sendero Luminoso y su líder el presidente Gonzalo, el camino justo para poder gritar finalmente Kausachum Revolución. El colofón de esta falsa liberación ya es bastante conocido y nuestros indígenas de ese Perú Profundo terminaron más excluidos y arrinconados que sus antepasados.
Hoy siguen sobreviviendo en la helada puna y tal vez felices pastando sus llamas, como diría el cholo Abanto, pero año a año el frío matando sus niños por miles con el más fiero determinismo holocáustico.
Y qué hacen nuestras autoridades por estos hermanos del Perú Profundo, qué todos nosotros? Les tapamos y atosigamos de frazadas y casacas, pero, al estilo de Vallejo, el muerto abrigado seguirá muriendo, pues la falta de abrigo personal no es precisamente la causa de su desgracia.
En estos años de bonanza minera, donde estúpidamente dejamos escapar miles de millones de dólares que se embolsican las transnacionales, con la anuencia del cojudón óbolo voluntario de nuestro sin brújula globalizado presidente García, tranquilamente podríamos estar asistiendo a estos trejos habitantes de la puna con viviendas adecuadas para soportar las inclemencias, allá más cerca al cielo.
La moderna insulación de paredes, techos y ventanas, usanza normal y hasta obligatoria en las construcciones de países gélidos como nuestra puna, es la única solución para que los niños de estas etnias andinas no sigan trágicamente desapareciendo.
Es obligación de todos, principalmente del gobierno de turno, para con los primeros habitantes de estas tierras que hoy llamamos Perú, el llegar a ellos. No equivocadamente como hasta ahora, donde Alan se queja de que viven muy dispersos y es imposible atenderlos. Hay que llegar a ellos donde están y donde estén brindándoles calidad de vida. Es una histórica deuda para con estos hombres y mujeres que la barbarie de nuestros antepasados españoles, y luego por ser principales víctimas de la fraticida refriega antisubversiva, hoy moralmente estamos obligados a saldar.
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